Para coser los botones de una túnica del Carmen en el silencio de una casa antigua de la cella Feria cuando, ya en la madrugada todos se han dormido y la túnica espera el último esmero de las manos arrugadas; para perderse la entrada de su cofradía de San Bernardo porque hay que irse a casa y preparar el vaso de leche para los nietos que salen de la parroquia nada más que entran sus tramos, llegan cansados y ella quiere que cuando suban al piso no les falte de nada. Por no faltarles, hasta ha sacado del altillo el barreño azul antiguo que con agua caliente y sal, humea en el cuarto de baño como el paraíso para los pies cansados. Para ahorrar desde febrero, porque la paga no da para más y con ese dinero preparar las comidas que aprendió a hacer cuando joven, alimento de sabores antiguos que lleva humeando más de una semana por las calles del barrio de San Vicente que ella quiere regalar a los antiguos vecinos que regresan al barrio para ver salir a su cofradía.
El sol entra por los ventanales de su recién encalada casa antigua que ahora es el palacio real de los sabores; de la matalahúva, la canela, el ajonjolí, de los guisos, del océano rojo por el que navega el bacalao, del bosque verde oscuro de la olla de espinacas. El sol también tiene hambre y por eso se viene a su casa.
fotos; daniel valencia
El sol entra por los ventanales de su recién encalada casa antigua que ahora es el palacio real de los sabores; de la matalahúva, la canela, el ajonjolí, de los guisos, del océano rojo por el que navega el bacalao, del bosque verde oscuro de la olla de espinacas. El sol también tiene hambre y por eso se viene a su casa.
fotos; daniel valencia
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