¡Sevillanos es el Gran Poder¡


Se aferró a su brazo, a su rostro, a todo su Ser. Sevilla volvió ayer a abrazar al Señor del Gran Poder. Con las claras del día ya dijo que quería ver su semblante de sufrimiento y a la par de misericordia, ese que quiso alguien arrebatárnoslo por un sinsentido y una sinrazón. Pero ayer volvió el Señor del Gran Poder a ofrecerse a todos los suyos, incluso a aquellos que lo denostan o vituperan. Ahí radica la grandeza y el poder del Señor que habita en San Lorenzo, que habita en el corazón de toda una ciudad y traspasa fronteras para instalarse en el de todos, absolutamente todos.
Por eso, cuando faltaba media hora para las ocho de la mañana, la plaza de San Lorenzo ya era un hervidero de fieles y devotos. Y desde ese momento en el que se abrieron las puertas de la basílica y hasta que se cerraron, pasadas las diez de la noche, el río humano fue incesante para contemplar de nuevo su rostro y besar sus benditas manos.Niños y mayores, sanos e impedidos; sevillanos y extranjeros. Una cola que fueron conformando, durante todo el día, miles y miles de personas, miles y miles de almas ávidas de saber, por sus propios ojos, que el Señor estaba bien, que la locura que se vivió el domingo por la tarde en aquel mismo lugar era ya parte de una pesadilla que no se borrará de la mente de quienes estuvieron presentes, pero que ahora es un mal recuerdo que se irá, al menos difuminando con el paso del tiempo. Una cicatriz que restañaron las manos de Luis Álvarez Duarte y que ahora hay que esperar a que seque.Por fortuna, Sevilla comprobó, una vez más cuán grande es el Poder de Jesucristo. No hubo un solo momento, a lo largo del día, en que las colas no llegasen a la calle Conde de Barajas, cuando no casi ocupándola entera. Río que traía la devoción sincera de un pueblo que, ayer más que nunca, volvió a dar una lección de religiosidad popular.El Señor, en el presbiterio, maniatado, como perdonando una y otra vez a quien osó alzarle la mano, recibió el calor, la devoción y el sentimiento de todos y cada uno de los que hasta Él se acercaron. Y la fe de toda una ciudad, todavía consternada por unos sucesos que cuesta creer que hayan podido pasar.
texto:Pasion en sevilla

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